¡Viva la vida!

Por fin pude salir de ese cajón apestoso, ahí fueron a dejarme mis amigos y parientes.
Hace ya un año de ese suceso, hoy puedo pasearme por otros lugares.
Aquí no hace frío como habían dicho, es un sitio muy democrático, llegan de todos colores y sabores, ricos y pobres, altos y chaparros, hombres y mujeres y todos.
Sin ninguna diferencia pasan a esa especie de sala de espera, de uno a uno son sometidos a una rápida revisión para poder decidir a que lugar lo enviarán.
No es el infierno ni el paraíso, es como un inter., como la sala de llegadas de una terminal de autobuses; aquí cada quien jala hacia el lugar que le corresponde.
Me veo y me reviso y me doy cuenta que ya no tengo el corazón, ese que latía con fuerza cuando algo me emocionaba, pero recuerdo que se me despedazó luego de una decepción. Tampoco tengo el hígado, él se quedó verde luego de aquel coraje que me mandó al hospital.
Pregunté por mis ojos, las dos piezas que me permitieron adorar los colores, la luz y el rostro hermoso de las mujeres; con ellos disfruté de los paisajes más bellos y lindos amaneceres.
Mis mejillas ya no están en ese sitio especial, desde ahí le sonreía a lo bello de la vida, hasta ahora me doy cuenta de la importancia que tienen los cachetes, son los portadores de las sonrisas y de los gestos de tristeza, muestran al mundo el estado de ánimo de cada ser. Mis patas de gallo y las arrugas de mi frente, mi enorme nariz, mis labios, los párpados, las orejas, todo, todo se acabó.
La piel morena que cubría mis tripas y mi esqueleto, se me ha roto en pedacitos, ya casi no queda nada, sólo grandes agujeros por donde salen gusanos.
Soy el despojo de algo que alguna vez fue un humano.
Miro mis manos huesudas o lo que de ellas queda y recuerdo las caricias que nacieron desde aquí para llevar a otros cuerpos, veo los puños que antaño golpeaban con furia a la injusticia, recuerdo los lápices con los que se escribieron mis cartas y mis poemas.
Por fin mis pies dejaron de quejarse, ni callos ni juanetes, sólo el recuerdo de las andanzas nocturnas, de los caminos eternos, de las veredas románticas, de las marchas de protesta, de las carreras mañaneras y las huidas violentas; hoy ni las uñas quedan.
Me quejaba de un dolor que atacaba mi cintura, pudiera decir que he sanado, que ya puedo andar erguido, sin esa imagen cansada que a mis cuates molestaba.
Hoy no me duele nada de lo que queda del cuerpo, mis cabellos, mis lunares, las verrugas y los barros quedaron en el olvido. Esos defectos que atentan contra la vanidad, por fin desaparecieron.
Pero también se marcharon los sueños, las ilusiones, los planes a futuro, la sonrisa de mis hijos, los besos de mi mujer.
Ni trabajo ni dinero, aquí nada de eso vale, lo que soy es lo que tengo, lo que llevo cargando que no son más que pedazos de la humanidad con que el Creador me dotó y deambulo en este sitio que no es infierno ni cielo ni panteón para descansar; es un lugar de nostalgias, de recuerdos de vivo, de arrepentimientos, de lágrimas reprimidas y sonrisas misteriosas.
Tampoco es el purgatorio el lugar donde me encuentro, solamente es el andén para aquellos que se niegan a seguir este camino, pues quisieran regresar a aquel lugar que dejaron con planes inconclusos.
Soy lo que queda de un ser que murió en un mes de julio, resucitó al tercer día para volver a morir, porque ese es el destino de toda la humanidad.
No importa ni la raza, ni riqueza ni poder. Aquí van llegando todos a pudrirse por igual.
No es cielo ni es infierno, es el destino común
Soy ahora un cadáver con muchas preguntas sin respuestas.
Por ejemplo ¿Dónde quedó mi alma? Esa que me llenaba de ganas el corazón, lo que fui entre mi gente, mi espíritu ¿dónde está?
¿Qué fue de lo que hice? ¿Qué beneficio dejé? ¿Vale la pena pudrirse en este sitio lejano? ¿Vale la pena quedarse tieso en un ataúd? ¿Vale ver como un cuerpo va quedándose sin nada?
Cómo quisiera que ahora me brotaran muchas lágrimas y... ¿llorar? Ya para qué.

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