¡Viva la vida!
Por fin pude salir de ese cajón apestoso, ahí fueron a dejarme mis amigos y parientes. Hace ya un año de ese suceso, hoy puedo pasearme por otros lugares. Aquí no hace frío como habían dicho, es un sitio muy democrático, llegan de todos colores y sabores, ricos y pobres, altos y chaparros, hombres y mujeres y todos. Sin ninguna diferencia pasan a esa especie de sala de espera, de uno a uno son sometidos a una rápida revisión para poder decidir a que lugar lo enviarán. No es el infierno ni el paraíso, es como un inter., como la sala de llegadas de una terminal de autobuses; aquí cada quien jala hacia el lugar que le corresponde. Me veo y me reviso y me doy cuenta que ya no tengo el corazón, ese que latía con fuerza cuando algo me emocionaba, pero recuerdo que se me despedazó luego de una decepción. Tampoco tengo el hígado, él se quedó verde luego de aquel coraje que me mandó al hospital. Pregunté por mis ojos, las dos piezas que me permitieron adorar los colores, la luz y el rostro herm